Gisela Sequeida Lemus

Letra en un árbol

Algo se ha escapado por la noche y se me ha entrado en las venas; es lo que pasa por mi mente cuando salgo y te veo, y sale por mi boca “linda noche.”

Antes de salir esa noche, pienso escaparme por la puerta trasera. Recordando cómo es ruidosa, pienso entonces en utilizar la ventana del corredor y deslizarme como araña, como viento. Lo hago. Esa noche te buscaba. Sin distinguir las noches en las que voy buscando algo, donde, a veces, a nada, pero nunca a alguien; porque... ¿Me creerías si te dijera que todas estas noches, realmente, sin saberlo, yo te buscaba a ti?

Son muchas las cosas que uno hace sin saber. Y esa noche conociste al inconsciente mío y tan rotundamente yo, como nunca me conocí. Quiero decir que por primera vez, tan puramente, yo fui un alma, un tiempo, un espacio ocupado por carne y hueso que podría morirse como cualquiera, y aún ser tiempo: tan inútil, tan innegable.

Yo fui contigo quién podría ser con nadie más. Me pregunto ¿Sí me habrás conocido, entonces? ¿Yo te conocí? Recalando aquella noche, pongo todo en cuestión. Pero, lo cierto es que fue muy fácil, contigo, sentirse libre de esta duda—como no es además posible a esas horas de la noche, ni a estas. Te pido por favor que al percibir mi incertidumbre, la tomes con reservas. Pues si en algo me baso, es en que nos conocimos, y que te ame.

Entonces. Cuando me escurría a través de la ventana; pierna por pierna, brazo por brazo, y puse los pies sobre la tierra, me aseguré de agacharme al pasar ventanas abiertas con personas despiertas y televisores encendidos. No me ven, sino mi sombra.  ¿Tal vez me piensen gato? ¿Mapache?? ¿Rata??? No sé. Sin duda un animal nocturno que pertenece a la noche. Como sea, me agrada porque no me perciben de su carne y por eso, es fácil ignorar mi existencia. ¿Acaso tendré yo algún rasgo de gato, mapache, o rata, para ser tan persuasivo? (Confieso que alguna vez sus nombres me tuvieron que haber gritado).

Mira. Del gato, lo ágil; del mapache, las ojeras de desvelo; ¿Y pero, de la rata? Me consta que es la carga de tantos escobazos. ¡Oh triste soledad de las ratas! ¡Y escapados jóvenes por la noche!

Mientras te imaginas que voy de gatas en las calles, imagínate que me voy enderezando. Entonces voy llegando a la licorería de la esquina (de pie), y doy vuelta. Paso por los borrachos, y luego las palmas de cierto rasgo amenazante—porque de día son muy bellas, es cierto. Pero de noche, parecen arañotas.

En fin, tengo que cruzar la carretera, por supuesto, en una de estas y nada, ni arañotas, me amenazan tanto como el hacerlo. Cuando toca la luz con el mono que señala el permiso, uno debe caminar y cruzar la calle mientras todo el mundo espera con sus luces cegadoras. Es así que me siento frente al omnisciente coche y su conductor: un criminal a ser juzgado. ¿A dónde va? ¿De dónde viene? Y, ¿por qué? ¿A estas horas de la noche?

Me dan ganas de correr. Sé por qué corren los peatones aunque tengan el derecho. Mas, torna la ansiedad cuando pasa por mi lado una pareja en bicicleta, cuando cantan los cenzontles, cuando vislumbro una fiesta dentro de 'Casa Adelita', y cuando veo a Adelita, la famosa en el mural del restaurante. Me sonríe y me saluda con su sombrero, me apunta y me mata con su fusil, me arropa su rebozo. En fin, es muy simpática y si no fuera porque es solo una pared, yo se lo diría.

O sea, andar por la noche y sentirse animal tiene su apego. La noche por estas calles es algo divino. No te dejes engañar por mis, en veces,  pesimistas modismos. No en vano se sale uno a que le griten rata. Las palmas pandeadas, el aire fresco, las ciudades de luces, las vistas; son mis dichas. Deberás que lo pésimo es tener que hacerlo a escondidas. Mas, ya vez. Soy una rata.

Ante una hora de rondar la ciudad, me empiezo a aburrir y decido entrar por un callejón que inspira miedo donde en él, hay un solo farol que alumbra sobre el bejuco de jazmín que cuelga en los barandales de un taller. En el sitio de luz no me atrevo a pisar, sino a agacharme y estrechar solo el brazo dentro de la lumbre. Con los dedos recojo una flor del piso y ando por la estrecha distancia del callejón negro. Me voy alejando de los únicos sonidos que viven en el callejón: el zumbido del farol, y el repiqueteo de las polillas contra él.

Es entonces cuando llegas a mi vida tan silvestremente, como cuando el azar te salva la vida, o te la quita. Si no fuera porque a mí, me la salvaste y quitaste de un tiro, tal vez yo podría olvidarte o no darme cuenta; si nuestro encuentro hubiera sido solo un simple Linda noche. Linda noche. ¿Pero en la gran escala de aquel callejón, fuimos, o no? ¿Dos polillas en la noche buscando la luz?

 ¿Estaremos todas nuestras vidas condenadas a buscarla? ¿Me dejarás así? Por lo menos, no huyas de la luz en absoluto, como huiste de mí—Te ruego, por Dios, que volvamos a ser zumbidos y repiqueteos. Bueno. Me voy por las ramas. Dos polillas buscaban la luz. Yo fui la cordial e ingenua ¡Y tú la charlatana!

Cuando a mi izquierda miré, entre dos árboles, yo te vi, tu sombra. En el callejón aquel, solo una figura.

“Linda noche,” te digo al pasar.

“¡Uy sí, qué linda! Como pa' subirse a la luna, abrirle un pozo, y beberle el agua como de un coco.”

Me detengo en mis pasos, volteando en tu dirección. Descanso las manos en los bolsillos. Miro a la luna, y te miro a ti. Cuántas noches por estas calles y nunca te conocí. Cuántas noches con la luna, y nunca la pensé un coco.

“Bueno, lo ha dicho usted. Yo solo he dicho que es linda. ¿Que tienen que ver la luna con el coco, además?... Oiga, pero qué frío hace afuera esta noche.”

“¡Sí que lo hace! Como pa' dormirse con tres pares de calcetines, a la distancia de un fuego ardiente, y dejar derretir el frío a sueño.”

Te miré con todo el ceño fruncido; no sé si alcanzaste a ver. Eras solo un par de ojos y una raja de plenilunio sobre un par de labios… (Quisiera estar yo, ahora, sobre tus labios) solo una estatua en contrapposto sobre la corteza de un árbol.

“¿Por qué me responde así?” Te pregunto.

“¿Que por qué le respondo cómo?”

“Así, tan elaboradamente.”

“¡Ah! ¿Usted quiere que le respondan como eco? ¿Como grabadora? ¿Como sombra? Que me diga linda noche, y que le vuelva a decir linda noche. Que me diga que hace frío, y que le diga que hace frío.”

Un momento me pasmo. Me quedo pensando. Bajo la mirada. Se sostiene el silencio hasta quebrarlo con mi risa. , me digo en silencio.

Y te digo a ti en voz alta, "pues sí. Ya no me reprenda. Esperaba una respuesta provisoria. Nosotros no nos conocemos. Mas, la noche sí es linda, y le dije así. Y no me esperaba que la silueta sin cara, en medio de un callejón, se empezará a soltar coplas ante el comentario de otra silueta sin cara—”

“¿Coplas? Bueno, lo ha dicho usted. Yo solo he dicho que la luna es un coco. ¿Qué tienen que ver cocos con coplas?”

Ahora sí, tu boca se trueca en la fase cuarto creciente de la luna misma. Con hacer ese comentario, tu sonrisa es gloriosa. Nos reímos y luego te respondo.

“Suelta más coplas. ¡Qué cautivadora silueta que habla—y nada de provisoria!”

Me respaldo en el árbol que está a tu lado.

“Estamos ciegos en este callejón—por cierto, aquí deberían poner una luz—pero quiero conocer más. Hazme darle vueltas a la cabeza. La luna como un coco…”

La luna como un coco; yo te la bajaría. Cerrando un ojo para orientarme, la arrancaría del cielo y me acercaría hacia ti con un puño de luz. Luego descansaría en tu palma, una flor de jazmín recogida del suelo (ya que la luna no es coco, ni es cosechable). Con tal de acercarme hacia ti, y sí, verte.

Sin la curiosidad de saber por qué estabas allí (porque sé que tu razón era la mía); mi curiosidad era por ver quién eras: por saber si eras yo, o si eras tú, o tal vez eras Adelita, (sé que eras rata), si eras verdad, o si eras mentira, si eras confusión, (empezaba a dudar de que fueras cordura). Pero, ya no escribiré cual si fueran conceptos, mis hazañas (fracasadas). Porque cuando te hice el irrisorio numerito de bajarte la luna, no dejabas acercarme sin hundirte en la sombra. Dándole vueltas a los árboles, no te dejabas saber. Sin embargo, cuando pasaban coches con sus luces omnipresentes, tuvieras que prestar de mi árbol para permanecer encubierto, lo hacías de rato a rato. Y el cuento transcurre.

No puedo decirte cuándo ni dónde me enamoré de ti: si cuando vimos nuestro retrato, con la luna, en un charco de agua (aun siendo siluetas), o si cuando te me echaste encima para esquivar de más luces. No sé si fue cuando me negaba entregar al deseo de besarte los labios, o si fue cuando te entregaste, o me entregaba.

Oh, qué frío en los ojos antes de besarte. Y luego: cual derretir los ojos omnímodos, con tu boca—fuego ardiente, que calentarme. Y no, en un beso no se abren los ojos — ni tan cerca de una fogata. Así que no te miré, ni me miraste. Y aún ocultos, yo te supe. Dos labios. Dos estatuas. Dos tiempos congelados. Y qué lástima la de jamás habernos presentado con nombre; me canso de decirnos labios, estatuas, congelados, ratas—vaya qué me canso de ratas.

Te conozco solo por este encuentro de ojos cerrados y bocas abiertas, en un callejón, en una linda noche en qué poseemos, o poseídos por la luna, ¡tú fuiste tú, tanto como yo fui yo!

¿Qué te poseo a dejarme…? ¿O a dejarte?

El sol quebró, y tú te fugaste. Ni una palabra de mi boca. ¿Qué más?

Me regresé a mi ventana. Que cosa escurrirse de adentro pa’ fuera de noche. Y luego, qué cosa de fuera pa’dentro antes de que despierten la gente.

Trese noches son las que he esperado tu regreso. Te espero en la sombra profunda, en el frío, en el callejón; no deambulo ni antes, ni después. Y a veces me hago la idea de que tú eres quien crece y mengua la luna. Son estas las fases…

¿Qué tiene que ver la luna con el coco? No lo sé... ¿Pero cómo puedo impedir ver a uno sin pensar en el otro?

A veces me pregunto si estás entre las caras ajenas de mis días. Luego todos se vuelven siluetas. ¡Veo tan solo ojos y labios! ¿Qué me queda de pensar o de ver? No tengo más que un callejón negro. 

Antes de escurrirme de nuevo esta noche, tomo el café caliente. Soplo agujeros en su superficie y se recuperan mientras te escribo esta letra, sin tener conocimiento de cómo dirigirme a ti, o dirigirme a mí, o en qué dirección dejar esto.

Sinceramente,

Silueta, polilla, araña, gato, mapache, rata, lo que sea.

Bio

Gisela Sequieda Lemus is a first generation Mexican-American from Hawaiian Gardens, California. Her work was first published by ¡Pa’lante! This is her second publication and there is more to come. She adheres to writing in Spanish, poemas y relatos, y a veces cuentos — she hates practicality though, and sometimes they mix. As she navigates the start of her writing career, she discovers more and more about herself with each word, and gains a little confidence.

Her website is: https://gisela-sl.vercel.app/