
Carisa Musialik
El último adiós
Recuerdas vívidamente el día en que los viste partir. Hacía un calor agobiante, pegajoso, no podías dormir. Desvelada escuchaste unos susurros que rompían con el conocido silencio nocturno. Eran ellos, también estaban despiertos.
Como la luna filtrada era lo único que iluminaba la habitación, no podías ver sus rostros. Probablemente, tampoco ellos podían ver el tuyo. Se te quitó el calor al escucharlos nombrar lo que empacaban para llevarse aquel día: documentos, ropa abrigadora, fotos y otras cosas más que llevan los que emigran y saben que no volverán a sus pueblos pronto. Mamá los metía y sacaba de la maleta. Iba nombrándolo todo como para asegurarse de que no les faltaba nada, o tal vez lo hacía para calmarse. Tu papá le dijo que debía apurarse y terminar, el autobús vendría pronto a buscarlos y debían estar listos, cero retrasos. Papá confirmó lo que temías, mamá y papá te dejarían sola, se iban del país una vez más.
––Quiero agua–– dijiste.
Al escuchar tu voz, mamá fue a atenderte. Lentamente se postró frente a la cama, pero no te dió de beber. Te recordó que aún era de madrugada, que debías conciliar el sueño. Insististe, pero lo ignoró. Aunque no eras una bebé, empezó a cantar una canción de cuna y a acariciarte el pelo para hacerte dormir. Al escuchar una bocina paró. Con apuro, trató de decir adiós y, en su intento de acariciarte, te arañó.
—¡AY!–– chillaste
Te sentaste y abriste los brazos para adquirir su consuelo. Iba a hacerlo, mas, al escuchar la bocina una vez más, se detuvo y se alejó. Agarró sus pertenencias y casi corriendo salió de la habitación. La seguiste. Corriste detrás de ella, lloraste, suplicaste, —¡mamá, mamá!--, tratando de detenerla, de cambiar el rumbo de sus pensamientos, de que se olvidara de aquel viaje, de que pensara en nosotros, en cómo todo esto nos afectaría, en la tristeza que causa a un niño no tener a su madre, las noches de desconsuelo que vendrían, la búsqueda de amor en brazos de desconocidos, la sed de ser amado y no saber o recordar qué es amar.
Tus pequeños pies corrieron tan rápido como pudieron para alcanzarla, para atraparla. Ella caminó aun más deprisa, pero tú no desistías. Estabas segura de que la agarrarías y se quedaría allí para siempre. De pronto,como un fantasma, apareció tu nana y te sostuvo de las axilas, intentando dominar eso que no sabías si era desesperación, abandono o ambas cosas. La nana elevó tu pequeño cuerpo al aire. Gritaste aun más fuerte. Mamá paró, pero no volteó. La nana exclamó con voz aguda, urgida:
––!Vete que te ‘tan esperando!
Entonces mamá terminó de abrir aquella puerta. Casi pierdes la esperanza, pero al ver que la tenías tan cerca insististe. Pataleaste. Sacudiste todo tu cuerpo con ímpetu y la nana te dejó caer. Te levantaste y corriste como nunca lo has hecho. La alcanzaste. Te colgaste de su pierna y, al sentir su calor, cerraste los ojos. Ya no te salían las lágrimas, pero gritabas con la esperanza de convencerla. Te sentiste feliz porque creíste que se quedaría allí, que habías ganado la batalla, pensaste que estarías junto a mamá, la persona a quién más querías, para siempre.
La nana, te agarró una vez más, esta vez por los pies. Trató de despegarte. Halaba tu cuerpo con Fuerza, pero resistías, te resistías. Al ver que no podía contigo empezó a rezar: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre...”. Tú también quisiste repetir esas palabras, pero no podías; el dolor no lo permitía. De repente, una fuerza te empujó, te tiró al suelo, era mamá. Al sentir el impacto abriste los ojos, gateaste y te impúlsate con el piso. Te lanzaste a la puerta, apoyaste las manos en su faldón para evitar que la cerrara, pero la cerró. Cuando viste que la cerraría, trataste de sacar la mano rápidamente mas uno de tus dedos se quedó trabado. La nana no lo notó y siguió tirando de ti. Tiró. Tiró y tiró. No paró hasta que un hilo de sangre corrió por el piso .
—¡Ay Dio’ mío! — gritó al verlo.
Finalmente la nana desistió y te abrazó.
Recuerdas ese día, aún lo recuerdas porque, aunque ya cerró la herida que casi deformó tu mano de niña, aún sigues odiando las despedidas.
Bio
Carisa Musialik was born and raised in Valverde, Mao, Dominican Republic. At fifteen she migrated to the U.S. She studied Hispanic literature in New York, Argentina and Spain. She has a masters degree in pedagogy and teaches in NYC. She enjoys editing. She has edited children’s books, poetry and prose. She writes short stories and poetry. She has published stories and poems for Spanglish Voces, La Galeria Magazine, Harvard University’s Palabrita Magazine and Arkansas University’s Azahares magazine and Dominican Writers’ association. A dormir, a soñar is her first children's book inspired by her hometown and her children.