Enrique Calzada Varela

Léxico Nazis

  Cesar pensaba haber encontrado la universidad perfecta para seguir sus estudios de lenguas románticas. Pues, investigo e investigo y visito las redes de reseñas de alumnos de ciertos colegios y estaba replegó de confianza de niño escolar a leer de las maravillas escolares mencionadas. Se le inflo su corazoncito de un amor cariñoso tibio como un té de manzanilla. Basado en las fotos en la red de la universidad, se le hacía muy atractivo la escuelita a Cesar. 

  En las redes, ocultadas entre píxeles cuadrados de una foto mal tomada, se mostraba un campus limpio y moderno con varios edificios del siglo anterior. Varios restaurantes de bife a la llama abierta de alto estatus roseaban la universidad a sus extremos. Descubrió que las chicas más hermosas con las faldas más cortas montadas a los traseros más inflados atendían allí. Güeritas sabrosonas. Tenían los traseros inflados como ser alimentadas de panecillos sureños toda la vida, pensó Cesar a ver los doble globitos. Sus labios oscuros las saboreaban. Confiaba en sus investigaciones. En su intuición. Pues, nunca antes le había fallado. Le había servido hasta ahorita. La bruta intuición nacida en la barriga rugiente y mente prudente. Pero esta vez sí le fallo chingón.

  Un miércoles como cualquier otro, recibió una carta de aceptación por el correo de una universidad. Fue de sorpresa la cartita cuidadosamente doblada en rectángulo largo y embutido en un sobre. Tal vez no fue en valde la entrada, pensó Cesar celebrando su acontecimiento chupándole a una botella de cerveza color marrón. Creía su suerte surgente. 

  Recogió pegajosos botes de aluminio y botellas de plástico por varios meses hasta completar para un vuelo para ir a ver la universidad. Al fin, introdujo sus Nikes al campus del remitente bendito. Estaba nervioso. Cesar tuvo un estupor a pisar la tierra de su destino. La pequeña universidad reposaba en las tierras seca de un llano en el medio de la nación estadounidense. Una planta amarilla rodadora cruzo sus pies ratificando que la había cagado en sus investigaciones.  

   El campus era simple como una hoya de frijoles. Un cielo sin tapa permitía los rayos de sol apalear el suelo sin empatía ninguna. Algo muy abstracto a lo que visualizaba en la mente y mostrado en las fotos en la red. Extraño las brizas marinas y montañas purpuras y rocosas de sus tierras fértiles al instante de recorrer sus ojos castaños sobre el campus plano como la tabla de planchar de su madre. Tenía calor. El sudor brotaba de su resplandeciente frente y presaba contra sus pestañas y cascaban como doble cataratas. Le ardieron los ojos del líquido salado. Se froto los ojos y vio unos edificios construidos de ladrillos rojos astillados. Tal vez un edificio moderno cristalino por allí, o una torre solitaria por allá. Vio pasto quemado, amarillento como el maíz de lata. Pasarelas grises perdidas en ataque de varicosa como piernas gordas le daban la bienvenida. Un restaurante fingiendo como comida mexicana autentica rodeada de establecimientos hechos calaveras de comida grasosa del sur ofendió su alma. Se le escapaban las chicas con los traseros inflados. ¿Pues, donde estaban? Pensó. No se había echado, ni, aunque sea un taquito de ojo todo el día. Y ya le daba hambre. Olfateo un olor a estiércol fresco que acaricio su nariz como un tío chirujo y le dio asco. Se siente que le han mentido. Traicionado. La universidad. 

  Pero ni modo. ¿Qué puede hacer? Ya firmo su letra de intención antes de venir a ver el sitio. Ninguna otra universidad le había brindado interés. Era por su culpa. Por no ir primero a ver la universidad del campo seco, envés de confiarse en su intuición juvenil. Era evidentemente que el establecimiento quería atraer estudiantes lejanos con sus falsas fotos y reseñas. Y funciono la estrategia malvada de la universidad porque hay estaba, como un chihuahua que ha perdido el camino a casa y busca refugio entre las novedades.  

  Se puso a pensar profundamente. Salió del trance que lo aplazo. No iba a dejar que se le fuera la oportunidad de su sujeción como un puño de sal. Iba a enfocarse en hacerle la lucha.  Sus grados no eran algo de presumir. Algo para que su madre cuelgue en el refrigerador. Sino le valía madre sus grados. De todos modos, estaba agradecido. La educación terrestre nunca lo habían entendido. Nunca se sentía apoyado por sus maestros y maestras y profesores y profesoras. Lo hiso en su forma, separado del cordón umbilical de la educación institucional anclado al suelo fuera de onda. A puro huevo. Y lo iba a hacer a puro huevo de nuevo.

  Si, lo hizo a su manera y estaba en las nubes. En el universo. Con el programa en las manos, fue a buscar su primer salón. Política social. Algo de muy poco interés para él. Esta clase de menos interés era un reductor que necesitaba superar si quería conseguir su título en escritura creativa en español. En la clase de ciencia política, rápidamente fue apoladlo rebelde por su profesora antigua por las escrituras insurreccionales y distintas. En las clases de español clásico, fue fichado agitador número uno por la profe. Y ella se los transmitió a los directores del departamento de español que parecían iban por las ramas.

  Fue creciendo la fama de Cesar de escritor rebelde entre sus alumnos. Sus llamas ardientes de filosofo crecieron hasta calentar los corazones de los alumnos. Les enseño de las injusticias del departamento. No era justo que el departamento de español desanimara los varios sabores de escriturara a ser presentado al paladar latino.  En uno de sus ensayos publicado en el periódico estudiantil, discuto Cesar que el lenguaje siempre fluye. No siempre es igual. No es estancando como un charco de agua después de una lluvia apasionada. Alegaba en su papel que gente le incorpora sus propios significados al lenguaje congruente al territorio en que residen. Al poco rato después, esos términos son integrados al leguaje regional. 

  -Necesitamos que detenerlo. Esta fuera de control.

  -Si. Quien es EL para dictar que es el lenguaje español y que no es.

  -Tienes algo en mente?

  -Plan 420.

  -Estas seguro? ¿No crees que es muy extremo?

  -Problemas extremos requieren respuestas extremas. 

  -Cesar. Vienes por favor-, le solicito la profesora de español clásico. 

  El timbre en el salón zumbo como el chillido de la llorona. Los alumnos se apuran a la puerta como hormigas. La profesora no es de aquí (de este hemisferio). Es una bestia de una señora con un mal aspecto y genio. Carga una lengua gruesa. Va adelantada en su estilo de ropa y se vestía como una ya viejita. La profesora parecía ser recién salida del estudio donde se graba el programa de televisión Jeopardy.

  -Sí? - pregunta Cesar al pisar de proa.

  -Tu último ensayo. El que fue publicado en el periódico estudiantil. Desde que salió, nadie de los estudiantes sigue el español como lo enseño. Como es. Todos los alumnos van a conseguir malas quilificaciones porque escucharon tus consejos. Hicieron lo que querían.

  -Profe. Sáquese el palo de las sentaderas.

  Al instante de su opinión brusca, siente un piquete de aguja en su cuello. Sus ojos empiezan a cementarse. Su cuerpo formido y bajito se siente pesado. Pesado como su alegato. Su mundo cae en negro. El día próximo, amanece adentro del establo que utiliza el departamento de estudios granjeros. En un rincón del edificio erigido de madera mohosa, ocultado por sombras hay máquinas masivas de granja con telarañas caídas fingiendo ser esqueletos de conocidos olvidados.

  Cesar estaba sentado en una silla de madera con sus manos atadas atrás de su espalda. Una tele, a volumen completo, en repetición, ráfaga videos de YouTube de la Real Academia Española a distancia quema retina. 

  Entran marchando a la granja sus profesoras de español clásico y ciencias sociales como soldados. Empujan una carretilla con llantas chillonas. La caretilla es puesta frente la tele y le bajan al volumen al televisor. Arriba de la caretilla de madera hay una computadora portátil IBM con un bigote como Adolf Hitler. Es corto, negro, trasquilado, y acaricia la pantalla. Se enciende la máquina de miles de calculaciones matemáticas con un sonido de motocicleta de guerra mundial dos. Una cara se materializa en la pantalla.

  -Hola Cesar. Soy el algoritmo que controla la educación de español de esta escuela. El que decide que es español y que no es.

  Cesar le escupe un chorro de saliva como si fuera su hocico una pistolita de agua. Su espesa y efervescente saliva chorrea en la pantalla.  Inmediatamente va una de las profesoras a limpiar la baboseada con un trapo.

  -Ja ja ja,- se desternilla de risa el electrónico fascista. Su risa es fría y congelada como una paleta de leche. 

  -Denle otra dosis de LSD y allí déjenlo! Súbele a todo volumen! ¡Sáquenme de aquí! Tengo otros alumnos que disciplinar-, dicta la computadora fascista. Las profesoras alzan los brazos y saludan al computador dictador con sus brazos y manos extendidas. Como Nazis. Empujan el carrito con la computadora IBM por el marco abollado por los empujones de máquinas granjeras (a fuerzas los alumnos hacen que pasen a todo dar).  

  Las profesoras amenazantes regresan a la granja un poco rato después. Cargan cinta Scotch y le pegan los parpados a la frente, forzando a Cesar ver la pantalla como insomnio en serie.  Antes de irse, satisfechas de un trabajo bien hecho, las profesoras malvadas le inyectaron más LSD a Cesar en el cuello.  Sus pupilas se ensanchan como tortilla de harina en un comal ardiente. Empieza a sudar. Se sacude el tronco para aquí y para allá.  Pero es en balde. No puede librarse de la soga esposándolo como esposas policiacas. 

  Se volcó. Su pelo grueso y negro y engrasado de gel oleo débilmente a caer contra el piso duro. El LSD corrió por sus venas y mente y se sintió mareado. Con fiebre. Vio la imagen en la tele y las vivió. Apropiadas oraciones pilotean pareciendo estrellarse a su frente, para no más escalar al final momento y sobrevolar su oído derecho. Ve el viejo español barbón que escribió la primera edición de la Real Academia Española atado al puño del rey Ferdinand VI como obediente mascota. 

  El programa se terminó. Se completaron todas las lesiones del RAE. Empieza de nuevo el programa. Las oraciones voladoras y verbos y sustantivos vuelan. El rey de España dicta lo que le da la gana. Se le graban las complejidades del español a Cesar como el número telefónico de casa.

  Dos días después, Cesar estaba en clase formulando una respuesta para su profesora. Aunque no se acuerde de los detalles de su secuestro y forma de los secuestradores, de sus rostros, tiene un nuevo léxico en el zócalo de su mente que explotar. Sus pensamientos estaban enfocados en su nueva meta y podía pensar en nada más todo el día. Sin saberlo, su experiencia con la RAE y la administración del departamento de español y el electrónico Hitler y el LSD libro una estantería de léxico nunca leídos en su mente. Empezó a hacer nuevas conexiones con su léxico lingüístico revolucionario augmentado que iba a dejar a los administradores del departamento de español boquiabiertos.

  Se puso a escribir un boceto envés de redactar un ensayo aburrido de menos interés para él. Con su armamento de léxico fluid en español, como los ríos que corren en las grietas de las Sierras verdes en California y México, se puso a escribir. 

  Cesar-, sonó su profesora como dictadora sur americana. -Te toca tu turno de leerle tu ensayo a la clase.

  Cesar empujo el escritorio al levantarse. Un sonreír de chiquillo travieso le adorno el rostro. Se dirigió al pisaron al lado del escritorio de la profesora pareciéndose muy a un pterodáctilo con lentes.  Se volteó Cesar como bailante de cumbia. Y les dio la cara a sus alumnos latinos de ojos de almendras perdidas. Se supone que iba a leer su ensayo, pero en vez, de su bolsillo trasero de sus pantalones de mezclilla, saco una ficha de la Casta española. Late el panel de yeso con una engrapadora y lo enclava al lado del pizarrón. 

  -Antes nos clasificaban a bases de nuestro tono de piel. Puro pinche control por estos gabachos fingiendo saber la experiencia Latina. El español.

  -Cesar! ¡Cesar que haces! ¡Eso no es tu ensayo! -, bramaba su profesora de escritura creativa como animal lastimado.

  Cesar estaba inalterado. Siguió con su presentación. -Los encargados del departamento de español nos colocan en una caja no flexible. Como los españoles de nuestros antepasados.  Nos clasifican a bases de como escribimos el español. Mi fondo es, si lo escribes mal, eres considerado mal. Les vale que tu español sea regional. Como la negra en la ficha, por ejemplo-. Cesar le apunta al dibujo once. 

  -Ya sé que es gacho. Más que eso, es retrasado. Y les presento lo opuesto. Miren estos gabachos barbones-. Cesar le apunta a la primera hilera de dibujitos. -Ellos representan escribir el español bien. Ellos quieren que sean como ellos. Todos gentrificados y la chingada. Para recibir una A en sus notas debes que rendirse ha como ellos enseñen el español y no usar tu imaginación. Si no eres fichado un número once-, le apunta al cuadrito relevante de nuevo.  

  Hay un alboroto en el salón manifestándose como ola de mar, pero sin el olor a sal. La profesora se pone en chinga a recoger el teléfono anticuado del salón. Le maraca a alguien.  Los alumnos se levantan, abandonan sus tabletas con la página red de la RAE abiertas. Sus ensayos caen al suelo como pluma de paloma. Unos los rompen. 

  Se oye un rezumbe de arma detrás de la puerta de la oficina del computador dictador. Las secretarias de la oficina ocupadas en su trabajo de rutina voltean a la puerta cerrada por un instante y vuelven a sus deberes poco rato después.

Fin

Bio

Enrique Calzada Varela is the son of immigrant parents. He was born and raised in Oxnard, California and his published short stories have appeared in Chiricú Journal, The Acentos Review, Somo en Escrito & Latine Lit. His memoir, Twisted: Tales from a Crip(ple), is slated to be released in the fall of 2023 by Between the Lines Publishing.