April Vázquez

Un Desplazamiento de Moléculas

-Lo primero que pasó fue que Juanito recibió una carta de su tío. Según la carta, el señor regresaba. Venía a casa, después de como cuarenta años en la capital. 

-Acá, ¿a Ixtepalco?

-Simón. Que venía quince días después. Cuarenta años en el distrito, se fue de morillo, con los papás y la chingada, y bum, en quince días llegaba. ¿Cómo ves?

-Pos, ’ta cabrón. Pero ¿por qué regresaba el güey después de tanto tiempo?

-Que quería pasar su vejez en la casa donde nació, según. La casa de sus antepasados.

-Ah, pos. ’Ta bien.

-Toda la hacienda en friega, poniendo todo en orden para su llegada. Ya ves que Juanito es medio acá, borrachón. No se porta como un riquillo.

-No, pos dicen que es bien sencillo el Juanito.

-Sí, carnal, medio jipi, las greñas largas y la chingada. Pero buena gente y nada de fresa. Hasta se agarró una chava de las que son del cerro, las inditas.

-¿Una chava india?

-Sí, carnal. Bien prole el Juanillo. Pero sabía que al tío no le iba a gustar el estado de la hacienda, ni eso de la novia. Ya ves como son los putos ricos, hijos de la chingada.

-¿Entonces?

-Pos, limpió todo, sacó a la chavilla de la casa—la mandó a una de las casuchas esas que hay en el terreno, allí alejada de la casona—tenía todo en orden para la llegada del señor ese, el pinche tío. 

-¿Y cómo era el güey?

-No, pos, bien ojete, como te imaginas. Prepotente y la chingada. Apenas había llegado, arrancó y corrió a unos cuatro, cinco de por ahí que le ayudaban a Juanito. Un jardinero, un chofer, otros dos, tres. Que según, no había presupuesto para tanto gato. Pinche agarrado.

-’Ta cabron.

-N’hombre, los que quedaron estaban bien asustados por sus jales. No, y mandó a Juanito a Huajuapan por unos papeles también, algo de la línea de propiedad. El hijo de su puta madre iba a vender una parte del terreno, si no la hacienda entera.

-Obvio.

-Juanito duró como una semana fuera y cuando llegó, el tío hable y hable de un fantasma.

-¿Y eso?

-Que había fantasma en la casa, que hacía tiempo que una sirvienta mató al dueño de la casa, algún pariente ahí de los Ríos, y que varios la habían visto por ahí. Le había contado la cocinera.

-¿Doña Mago?

-Esa mera. ¿La conoces?

-Sí, compa. Bien trucha, la señora. Mi vieja fue con ella una vez que le hicieron un mal de ojo y bien que le curó.

-Pos, esa. Le platicó al güey ese del fantasma. La doña lo tenía cagado de miedo, yo creo, hasta dormía con la puerta de su cuarto abierta el pendejo. Después pasaban unas cosas raras también, cada que salía Juanito de casa.

-¿Pero qué cosas?

-Ah, pos, escuchaba ruidos el señor. Se cambiaba la hora del reloj, uno de esos grandes, de pie. Se caían cosas, todo el rollo. Andaba medio sacado de anda el güey, hasta que por fin vio a la mera muerta. 

-¿A la sirvienta?

-Sí, carnal. Le dijo a Juanito que estaba sirviéndose un vaso de agua en la cocina cuando pasó por la ventana y echó un vistazo allá afuera, y que a unos cien metros estaba parada la figura de una mujer. Sabía que era la difunta.

-¿Y cómo era?

-Pos, muerta, hombre. Pálida, vestida de negro, uno de esos vestidos largos que se usaban antes, con una soga en el cuello, nudo corredizo. Ya ves que le ahorcaron a la india por chingarle al amo.

-Cabrón. 

-Sí, carnal. Y lo demás, pos, ya sabes. A los veintidós días de llegar, lo sacaron tieso de ahí. Como murió en la cama, dicen que se le había subido la muerta. Dio un gritote y ya. En lo que llegaba Juanito, ya había chingado a su madre. 

-Ah, chinga’o. Pero, ¿Qué pedo? ¿Por qué a Juanito nunca le había hecho nada?

-Por la morra, carnal. Ya ves que Juanito es otra honda. Yo creo que a la india esa el tío le recordaba de su amo.

-Ah, pos, sí. ¿Se lo cargó el payaso, entonces?  

-¿Cómo ves?

-Pos, como dicen, guajolote que se sale del corral termina en mole. Se hubiera quedado en el D.F.

-La mera neta, carnal.

Doña Mago

Desde el momento en que lo vi a Don Epifanio, lo supe. Una sola mirada en los ojos te dice todo, si sabes leerlos. El señor había venido a casa a morir. No inmediatamente, pero la Pelona ya lo tenía marcado como uno de los suyos. El problema con esa gente es que no mueren calladitos, sin dar lata. Es gente acostumbrada a mandar, a ejercitar su influencia. Mejor dicho, piensan que, si tienen que sufrir ellos, tienen que sufrir todos. Así pueden sentir que todavía tienen algo de poder, que aun pueden desplazar unas moléculas. 

Hubiera durado dos, tres años, y mientras, hubiera hecho un desmadre de todo. 

Yo llevo casi treinta años en esta casa. Mi marido le ayudaba a Don Ricardo, que descanse en paz. Es nuestro hogar, donde criamos al escuincle. No era cosa ligera para mí.

La única dificultad fue Xóchitl. No quería hacerlo al principio. Apelé a su amor por Juanito. Aun así, esa última noche, la de la aparición en la habitación de Don Epifanio, estaba verdaderamente alterada. Es que, le había dicho que nomás le queríamos asustar al señor, hacer que se fuera de la casa. 

Se requirió una buena limpia, una de las ceremonias que casi ni se hacen ya, hoy en día. No cualquiera tiene la capacidad.

Pero yo sí. Después, Xóchitl quedó tan tranquila como el estanque del molino. Porque la que desplaza las moléculas por aquí soy yo.

Bio

April Vázquez is the winner of the William Van Dyke Short Story Prize, Carve Magazine’s Prose & Poetry Contest, and A Midsummer Tale Narrative Writing Prize. Her work has appeared or is forthcoming in dozens of publications, including Salon, Ruminate, The English Journal, and Sweeter Voices Still: An LGBTQ Anthology from Middle America. April is currently a doctoral student at the University of Delaware.